Era un mundo tan…

Un mundo 2

por Lorena Inzirillo

Era un mundo híper susceptible, donde la imbecilidad se había convertido en ley. Un desolador paisaje humano en el que ciertas conductas de lógica natural, pasaron a ser ofensivas y humillantes.

Algo no anduvo bien en la lucha por la igualdad. Hasta los elogios se consideraban insultantes. Incluso las miradas estaban prohibidas. Un mundo donde la indiferencia era protagonista. Gente de mirada triste o quizá rencorosa caminaba por las calles. Ninguno advertía la presencia del otro, o tal vez nadie quería ofender con la mirada. Ningún hombre se volteaba para mirar de atrás a una mujer y admirarla, todos reprimidos bajaban la vista ante su presencia, para que no se sintieran cosificadas. Hombres nobles pero perdidos en su rol, sin saber qué papel jugar, intentando responder a las vanguardias femeninas, que muchas de éstas fueron un golpe bajo a la virilidad, y otras tantas, referentes de la insensatez.

Nadie cedía el paso al otro. Cada quien imponía su interés individual, o su egoísmo. Un mundo en el que la igualdad desmesurada, que violentó el sentido común y sobrepasó todo límite, fue avanzando indiscriminadamente por todos los caminos, destruyendo a su paso toda diversidad, incluso hasta la sana y tan necesaria, esa que hace posible la atracción, la que propicia encuentros, la que genera pasiones y deseos. Ya no nacían amores a través de miradas seductoras, ni se tejían historias por medio de conquistas ganadas. Sólo estaban asegurados los desencuentros. Una igualdad demencial, que arrancó todo lo que de hombres y mujeres quedaba, agraviando su inteligencia, mimetizándolos, arrasando con todo lo femenino y masculino, logrando una penosa homogenización de sexos más que una equidad, por lo que era un mundo frío y desmotivado, donde ya no era posible disfrutar de las diferencias. No se reflejaba un desarrollo de ambos géneros en paralelo que propiciara el respeto mutuo, sino más bien una supremacía de la mujer.

Un mundo donde la belleza, de tanto que se la demonizó, pasó de ser excepcional a un estereotipo, superfluo, mal visto y esclavizante, prohibido de seguir y apreciar.

Incluso en bares y restaurantes nadie parecía divertirse, se los veía desapasionados con sus miradas opacas y resentidas. La necedad destacaba. Los hombres llenaban sus copas, las mujeres hacían lo propio, ninguno servía al otro. No había un sólo gesto de amabilidad y educación, como si las gentilezas y los buenos modales fueran parte del pasado, o peor aún, ofensivos. Cada uno pagaba sus cuentas, el invitar, sin importar de parte de quien, ya no significaba un agasajo y un placer, sino una molestia, o un compromiso, o algún interés.

Un circo tan susceptible debido a las frustraciones personales, que llegó a confundir lo masculino con violencia, por lo que ya no había hombría en los varones, y sin ella la feminidad no cobraba ningún sentido, ni había atracción posible hacia ellos. Un mundo aparentemente asexuado, donde no se veían pupilas impregnadas de admiración y deseo. No había lugar para el encantamiento y la seducción, porque incluso estas conductas pasaron a ser abusos. Y las mujeres, desprovistas de toda feminidad, perdieron  su verdadero poder.

Un mundo tan  susceptible… que la imbecilidad se convirtió en ley.